El origen del vino en la Ribera del Duero se remonta a más de dos mil años, cuando
los primeros pobladores de la región, los vacceos, cultivaban la vid y elaboraban vino.
Los romanos, los monjes cistercienses y la nobleza y la realeza contribuyeron a la
expansión y el perfeccionamiento de la viticultura y la enología en la zona. Si quieres saber más, solo tienes que seguir leyendo.
Las primeras vides en la Ribera
El origen del vino en la Ribera del Duero se pierde en la larga noche de los tiempos.
Es de sobra conocido que las vides pueblan estos valles desde hace por lo menos dos mil años. La historia del vino en nuestra comarca es la de siglos de tradición desde los primeros pobladores de la meseta, pasando por los romanos y los monjes.
Los primeros testimonios del vino en la Ribera del Duero son del primer milenio a.C. Estos se encuentran en la provincia de Valladolid, concretamente en el yacimiento arqueológico de Pintia (Padilla de Duero).
En él se han hallado restos de vasijas con residuos de vino que datan del siglo III a.C, pertenecientes al pueblo vacceo. Los vacceos eran un pueblo prerromano de origen celta que habitaba la zona y que, aparentemente, utilizaba el vino en sus rituales. Los vacceos fueron víctimas de la expansión de los romanos en el siglo II a.C., y con ellos se expandió el vino de la zona al resto de Iberia y probablemente del Imperio.
Los romanos y el vino: un caldo muy diferente al actual
Los romanos tenían dos características que les hicieron apreciar los caldos de la zona: eran ávidos consumidores de vino y tenían un ejército gigantesco que abastecer.
Así pues, las legiones romanas que surcaron la Hispania romana también disfrutaban vino de la Ribera. Sin embargo, este poco o nada tenía que ver con el vino que conocemos hoy; los romanos tomaban el vino especiado y caliente, para disimular su baja calidad y probable agrio sabor.
Se dice, además, que los romanos hacían hasta tres prensadas al vino para
aprovecharlo al máximo: la primera prensada se reservaba a los patricios y la clase
dirigente romana, la segunda a los plebeyos y la tercera, con apenas jugo que
exprimir, se dejaba a los esclavos. Como podemos ver, la fortísima división de clases de la antigua Roma influía en todos los aspectos de la sociedad, incluido el vino que podían tomar.
Además, dejaron su huella artística y cultural en la región, tal y como se aprecia en el magnífico mosaico romano dedicado al dios Baco, el dios del vino, que se conserva en la localidad de Baños de Valdearados.
Las órdenes religiosas: guardianes del secreto
El imperio romano llegó a su fin en el siglo V d.C. tras una larga decadencia debido a las invasiones visigodas. A pesar del periodo de incertidumbre que se abrió entonces, los viñedos siguieron formando el paisaje de nuestra tierra en los siglos subsiguientes.
Tras la caída del Imperio Romano la viticultura continuó en la Ribera del Duero gracias a la labor de las órdenes religiosas, especialmente los monjes cistercienses, que se establecieron en los numerosos monasterios de la zona durante la Alta Edad Media.
Entre ellos destaca el monasterio de Santa María de Valbuena, a orillas del río Duero, o el de San Pedro de Gumiel, que, aun desaparecido hoy en día, estaba situado a pocos centenares de metros de nuestras parcelas.
Los monjes cistercienses, guardianes de la cultura cristiana, trajeron consigo vides de origen francés, así como técnicas más avanzadas de cultivo, elaboración y guarda de vino. Estos clérigos cultivaban la vid y elaboraban vino para su consumo en la misa, pero también como alimento para ellos y para comerciar por la zona.
El esplendor de la Edad Moderna
Entre los siglos XV y XVII, la Ribera del Duero vive un momento de particular bonanza, debido a la pujanza del Imperio Español en general y del reino de Castilla en particular.
Cuentan las crónicas que había años de cosechas tan abundantes que los excedentes se tiraban al río sin pensárselo. En la villa de Aranda de Duero, en 1676 se dice que fue tan grande la abundancia de vino que se cogió que después de haberse llenado una inmensidad de cubas muy grandes que hay, que por la justicia se arrojaron al río 33.000 cántaras [52 800 litros] de vino bien cumplido.
Esta pujanza disminuiría a finales del XVIII, cuando una serie de malas cosechas
hicieron que la producción se estancase. Pero este contratiempo no fue nada
comparado con lo que estaba por venir.
El siglo XX: la filoxera, el olvido y el resurgir.
A finales del siglo XIX, los vinos españoles sufrieron un golpe casi mortal: la filoxera.
Esta plaga, originaria de América, arrasó con los viñedos españoles en las primeras
décadas del siglo XX al provocar la pudrición de las cepas.
La plaga filoxérica supuso un durísimo golpe a los vinos de Ribera de la que tardarían años en recuperar. La forma de hacerlo fue replantar sus vides con variedades resistentes a la misma, por lo que tuvieron que pasar años hasta que las vides volvieron a producir.
Tras esto, llegó la Guerra Civil y con ella la posguerra. En esta época de penurias, los agricultores se centraron en la producción de cereales para paliar el hambre que asolaba el país, lo que hizo que se arrancaran muchas vides.
En los años ochenta, ya en democracia, la Ribera vivió el momento más importante de su historia: la creación de la Denominación de Origen en 1982 reconoció la
singularidad y la excelencia de los vinos de la zona.
Desde entonces, la Ribera del Duero ha experimentado un gran desarrollo y una gran innovación, tanto en el cultivo de la vid como en la elaboración del vino, combinando la tradición con la tecnología. El resto es historia: la Ribera del Duero cuenta actualmente con más de 23.000 hectáreas de viñedo, más de 8.000 viticultores y más de 300 bodegas, que producen unos 130 millones de litros de vino al año.
En conclusión, podemos decir que el vino de la Ribera del Duero es, sin duda, el fruto de una larga y apasionante historia. Es el fruto de generaciones de viticultores que han transmitido su saber de padres a hijos, mejorando y manteniendo los viñedos en una región única.